lunes, 22 de diciembre de 2008

Comprate uno universal y callate la boca...

Que nadie diga que mi hermana no es graciosa. Mientras ordena la pieza deja correr una FM cualquiera, que con mucha suerte cada hora pasa un tema medianamente soportable.
Desde la otra habitación escucho el ritmo inconfundible de un reguetón (y si se escribía de otro modo, que me echen los perros, mi ortografía no será más nociva que esa música); y entonces viene y repite la letra de la canción: "desde que te fuiste he perdido el control", a lo que agrega con un tono de absoluta lógica: "¡y se lo habrá llevado ella!"

jueves, 18 de diciembre de 2008

Pssssssssss... (o Pum?)

Y...

Cuando no quedan más globos para pincharse... calculo que sólo queda empezar a inflar alguno nuevo, no?


...

viernes, 12 de diciembre de 2008

Una odisea de fotocopias y patos volados con final feliz

Día de pocas pulgas y mucho calor. Tengo que sacar unas fotocopias para presentar unos papeles en cierto lugar. Estoy en el centro, así que estoy segura de que en las cuadras que me quedan hasta llegar, voy a pasar por unas cuantas fotocopiadoras para hacerlas. Paso por un lugar que dice "fotocopias" y mi aguda capacidad de observación me dice que ahí puede ser que hagan copias. Entro y pregunto, pero resulta que no, que no hacen. Quizás se olvidaron de sacar el cartel.

Entro al lugar -algunas cuadras más adelante- que me indicó el tipo de la fotocopiadora fallida. Un local mediano, cuyas dos terceras partes estan ocupadas por fotocopiadoras, y el resto por un pequeño kiosquito. Hago el ademán de sacar el documento, y el tipo me dice: "copias, nada, eh?" Intenta explicarme el por qué, pero se da cuenta de que no me interesa y me indica por donde puede haber otro lugar donde hacerlas. Que alguien me explique para qué abrió el local ese cristiano, si sólo podía vender chicles!

Poco más adelante encuentro otro local más, kiosco, librería, fotocopiadora... pido las copias y la señora me dice con tono inseguro: "ay, pero llega a las cuatro..." Calculo que se refería al ingeniero nuclear que se necesita para sacar una fotocopia del DNI.

En fin, luego de pasar por locales cerrados o en condiciones similares a los anteriores, finalmente arribo a uno en el que nadie me dice que no pueden sacarme las copias. Aleluya, hermanos.

Le digo al tipo qué es lo que necesito y me mira serio. Luego de un breve silencio, dice: "pero si tenés monedas". El viento de la semana y la caminata de esa mañana habían echado a volar varios de mis patos y admito que mi respuesta fue algo cortante; le dije las saque de todos modos, que había pasado por media docena de lugares y que necesitaba las copias en ese momento, "no sé si tengo monedas". Pensó un instante y agregó: "bueno, pero si no tenés, me comprás algo más". Malditas las ganas que yo tenía de negociar, pero le dije que sí, al menos para que sacara las benditas copias. Finalmente, con estas en la mano y menos monedas en el bolsillo (no eran tantas, tenía), pude llegar y presentar la documentación donde necesitaba.

Gracias a la amabilidad de la señora que me atendió, pude amigarme con el mundo y notar que estaba así de enfurruñada con la vida por una suma de tonterías y algo de calor, y casi casi se me pasó. Así que, señora desconocida, gracias por su simpatía y dedicación, usted mejoró mi mañana.

Pienso que a veces somos nosotros ese punto de quiebre, y quizás no aprovechemos la oportunidad de cambiarle el ánimo a alguien que viene con los patos volados... será cuestión de probar, ¿no?

martes, 9 de diciembre de 2008

Los malos entendidos

Hay mil y un maneras de generarlos.
Que uno habla tan claro que el otro entiende metafóricamente.
Que uno habla tan metafóricamente que el otro no entiende nada o se hace toda una película (muy otra de la original).
Que uno da tantas vueltas que el otro se pierde en el camino y decide no escuchar nada y quedarse sin saber, esperando una respuesta más clara que quizás nunca llegue.
Que uno habla acentuando un punto pero el otro está más interesado en otro y entonces entiende lo que se le ocurre o le importa más.
Que uno habla de una cosa y el otro piensa que es otra y entonces entiende claramente algo... que no es lo que su interlocutor espera.

A veces es una falta de códigos compartidos, de universos simbólicos comunes. A veces el apuro. A veces resulta que sí, la mina es vueltera y nunca (jamás) llega al punto.
Si uno es vueltero y metafórico, y se encuentra con otro que es directo y literal... ahí te quiero ver. Generalmente el metafórico la tiene que remar hasta llegar a la tierra firme de la literalidad.

Sea cual sea el caso, mientras tanto es un bajón. Pero no creo que haya que abandonar el conflicto por difícil que parezca; eventualmente (y a fuerza de remarla de los dos lados) se consigue arribar a algún punto intermedio, sin tener que lamentar víctimas ni daños materiales.

Por lo menos así lo veo yo.
No sé, digo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La novela de la tarde

Es muy gracioso observar la interacción de las personas entre sí. Más aún cuando son cercanas y conocidas, quizá. Por ejemplo, la novela de la tarde que me hago con mis viejos... ¡Me río tanto! Con el capítulo del sábado a la tarde me di una panzada. El conflicto central era que mi mamá había sacado las sábanas para lavarlas, pero -como tiene la mano operada- podía sacarlas, pero no ponerlas. Cuestión: Mi viejo tenía que hacerse cargo. Uh, tremenda tarea.

Mientras yo lavaba la cocina, contemplé la escena. Más gracioso aún, la escuché. De a ratos era como un radioteatro, porque estaban en la habitación de al lado, donde guardan las sábanas.


Lo que refunfuñó ese cristiano para encontrar un juego entero! Que una estaba gastada, que la otra era de una plaza, que eran todas de arriba y ninguna ajustable... (las fundas de las -¡dos!- almohadas, ya eran otro tema).

-¿Cuáles son las de abajo?

-Las que tienen un elástico...

-¿Dónde están?

- Ahí...

Todas las preguntas que podría hacer alguien que nunca en su vida vió una sábana. O que nunca vivió en esa casa.

Me fui en medio de la novela y me perdí el final del capítulo.
Cuando volví, a la noche, mi vieja me llamó desde la pieza y me dijo: Mirá...

(y miré)

¡La sábana estaba puesta al revés!
El revés donde iba el derecho, el volado de la cabeza en los pies.

Me acordé de cuando era chiquita (tanto como para tener que subirme en una cajonera para que mi papá me vistiera). Recordé la imagen de mi ropa, vista desde mi cabeza, claro, notando que el vestido estaba del revés y con la delantera atrás... hay cosas que nunca cambian.