martes, 3 de abril de 2007

Polvo eras...

Dice mi vieja que mis hermanos y yo somos iguales desde la primera semana de vida: el que comía en abundancia sigue comiendo, el que dormía como un lirón sigue igual (esta vengo a ser yo) y el que era rutinario y ordenado todavía lo es.
Como esas tendencias naturales, hay características que nos definen como hombres y mujeres y que se refuerzan a través de las actividades propias de cada uno, como por ejemplo las historias, los juegos y los juguetes. Son elementos que fuimos mamando de pequeños y pusieron los cimientos de nuestras actitudes de hoy, e incluso del lugar que tanto hombres como mujeres ocupan en la sociedad (Obviamente, es una retroalimentación; la sociedad inculca a los pequeños recién llegados cuales son los lugares que dentro de ella les estaban reservados en la tradición milenaria, y estos inocentes entretenimientos de la más tierna infancia son poderosos elementos de “ubicación social”. Más tarde, luego de ocupar esos lugares, viene la hora de criticarlos, claro)

Ellos dicen que las mujeres son vuelteras, histéricas, que nunca saben lo que quieren; incluso que son crueles, interesadas y manipuladoras. Que siempre están confundidas y acomplejadas. Que ahora quieren ocupar los lugares tradicionalmente masculinos, pero que a la hora de tomar la iniciativa (en cuanto a una relación, por ejemplo), siguen siendo ellos quienes deben hacerlo.
Ahora, veamos, ¿a qué jugaban las nenas cuando yo era chica?

Iban a la plaza y elegían juegos como la calesita, las hamacas y el sube y baja, mientras los varones jugaban a la pelota, generalmente (aunque en principio usaban los mismos juegos, pero luego los abandonaron casi completamente al descubrir las bondades del fútbol y sus derivados).
Con sólo dedicar unos segundos a pensar en estos elementos, podemos observar que en todos la idea es permanecer inestable y cambiando de ubicación constantemente. Si los vemos particularmente; la calesita, por ejemplo: el objetivo último del juego es... ¡dar vueltas!; básicamente, encontrar la diversión en el hecho mismo de dar una y otra vuelta alrededor de un mismo punto. Más o menos rápido. A veces siendo impulsadas por la fuerza de sus propias manos, y otras, haciendo que otro brinde sus energías para que ellas puedan dar vueltas libremente (en este caso, tiende a aparecer una exigencia superior en cuanto a la velocidad. Llevado a la “vida real”, ¿no es cruel?).
¿Y las hamacas? Más o menos lo mismo, aunque yendo hacia delante sólo para poder volver hacia atrás. También en este caso puede realizarse con el propio impulso físico, o gracias al empujón de algún voluntarioso amigable. Si nos fijamos en este juego en particular, se pide a alguien que haga el favor de empujarnos con fuerza hacia delante, sólo para poder tener el impulso necesario para ir en dirección contraria.
Ni hablar del sube y baja, juego en el cual se logra la diversión en el hecho de ubicarse siempre en la posición opuesta a la que ocupa quien comparte el juego con una.

¿Qué otras diversiones encontraban las niñas?

Evidentemente no podemos dejar de mencionar un clásico de todos los tiempos: las muñecas.
En este caso ¿Cuál es el objetivo del juego? ¿Cómo se divierte aquella niña adorable que tranquilamente se sienta en el suelo a jugar con sus lindas muñecas?: Manejándolas a su gusto y placer. La gracia de una muñeca reside en que una puede hacer que esta haga y diga lo que una quiere, y nada más que eso. Ella es una simple marioneta, que obedece a los designios de quien la maneja, y nada puede hacer por su propia voluntad. La muñeca es una porción de materia sin vida ni voluntad. El tema es el siguiente: la materia sin voluntad no es una pelota, ¡es antropomórfica!. Ahí está el punto.
El juego se convierte en la deificación, la conversión de quien toma la posición activa dentro del juego, en un ser omnipotente (en general, nunca se jugaba con menos de una muñeca por persona; cada nena tenía su muñeca, y la manejaba a placer). El objetivo del juego es la manipulación de las acciones, palabras y emociones, según el juego lo requiriera. Cuando una deja a la muñeca de lado, cuando no la usa más, ésta deja de tener vida, gracia, pensamientos, palabras. Deja de ser.

¡Y después se quejan cuando llegan los resultados de todo este entrenamiento!
(Hay más, porque queda en el tintero el tema de los cuentos de hadas y princesas con que se taladraron los pobres cerebritos de generaciones enteras de tiernas niñitas. Vamos a dejarlo para otra ocasión)

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